viernes, 16 de noviembre de 2012

Oleato de Lavanda

Hoy quería mostraros el primer oleato (mejor llamado “macerado”)  que he realizado para utilizarlo en los próximos jabones.

Un oleato (o macerado) no es más, ni menos, que el producto obtenido por  la acción de “mantener sumergida alguna sustancia sólida (en mi caso lavanda recolectada) en un líquido (aceite vegetal, en mi caso aceite de oliva) a la temperatura ambiente, con el fin de ablandarla o de extraer de ella las partes solubles”, citando la definición dada por la R.A.E.

Así, a través de este método, pueden obtenerse aceites “enriquecidos”,  ya que a las propiedades del aceite base  utilizado (generalmente aceite de oliva o de almendras) se añadirán aquéllas propias de la planta que puedan pasar al aceite por ser liposolubles. Claro está que no todas las propiedades beneficiosas de cada vegetal pueden ser transferidas al aceite por este método, pero sin duda un buen número de ellas sí lo harán, aportando además su fragancia propia.

El uso de oleatos en la elaboración de jabón consolida sus propiedades. También pueden utilizarse de forma directa sobre la piel, siendo grandes aliados para realizar masajes… y por supuesto, todo un mundo aplicados en el arte culinario.

La forma de proceder es sencilla. Una vez recolectada la planta, se trocea y se coloca en un tarro de cristal, limpio y, a ser posible, esterilizado y con cierre hermético. La planta puede echarse fresca o seca. Si se utiliza recién recolectada contendrá una cierta cantidad de agua, por lo que habrá que tener la precaución de cubrirla totalmente de aceite para evitar que con el paso de los días aparezcan mohos… yo así lo hice,…

Lo siguiente es armarse de paciencia y esperar al menos 40 días, tiempo suficiente en el que el aceite se habrá impregnado de las propiedades de la planta y durante los cuales agitaremos suavemente el tarro cada 2 ó 3 días. En esta etapa del proceso “cada maestrillo tiene su librillo”: los que prefieren dejar el macerado a la luz del sol y los que, como es mi caso, prefieren hacer todo en la más absoluta oscuridad. Es sabido que la luz del sol produce una aceleración en la alteración de las propiedades de los aceites. No sé si 40 días de exposición solar (hablo de que el tarro no esté protegido de la luz, no que esté expuesto a pleno sol alcanzando altas temperaturas) es insuficiente para producir dicha alteración, pero yo por si acaso prefiero mantenerlo sin luz.
A partir de esos  40 días el macerado estará preparado para ser filtrado (podemos utilizar un colador muy fino -yo he utilizado un filtro de cafetera- e incluso ayudarnos de una tela para que el aceite obtenido esté lo más fino posible, sin presencia de restos de planta). El aceite resultante adquiere diferentes tonalidades, generalmente más oscuras que la del aceite del que partimos.







Es aconsejable que el tarro en el que vayamos a almacenar el macerado sea de vidrio ahumado, para protegerlo de la luz, o bien, ahora sí será necesario guardarlo en un lugar protegido de la luz.
Como mejorante, puede añadirse vitamina e, que además alargará la vida del aceite, evitando que se enrancie.
Así ha quedado el oleato de lavanda, que huele de bien que no os podéis imaginar. Ya sólo queda etiquetarlo de nuevo, guardarlo protegido de la luz y no esperar mucho a utilizarlo en el próximo jabón!!